Brechas salariales, autopercepción y reivindicaciones
Elena Ramirez eta Asier Etxenike
Antropologoa eta soziologoa
En el último Ikusmiran se abordan con profundidad varios indicadores de las condiciones laborales y de vida de las trabajadoras en Euskal Herria. En este artículo nos hemos fijado en el capítulo que aborda las brechas salariales. De ellas se dice: “son estructurales en el ámbito del empleo. Año tras año, todas las brechas analizadas se mantienen y además vemos que van subiendo en vez de tender a bajar”. Analizados los datos del informe vemos que esa brecha aumenta especialmente entre los salarios más bajos y los más altos, así como entre los y las menores de 35 y mayores de 55.
Esas tendencias, continua el informe, se pueden explicar porque en momentos de crisis (o ante cualquier oportunidad que el capital considere que puede aprovechar) se reducen los costes de producción reduciendo los salarios, sea mediante la flexibilidad, la precarización, la desregularización o hasta el teletrabajo. Además, este último, ha sido implementado ampliamente y sin planificación durante la pandemia, y se dibuja como un indicador de la desigualdad dentro de la clase trabajadora, no sólo por ser sus beneficios inaccesibles para empleos que demandan interacción con el público o mano de obra “física”, sino también por su estrecho vínculo con procesos de sobreexplotación como el aumento de las jornadas laborales, la invisibilización del trabajo, o la imposibilidad de conciliación del trabajo reproductivo. En este contexto, tal y como se detalla en el informe, los recortes y el aumento de la precarización suelen ser mayores para los y las trabajadoras en situaciones más vulnerables o con menos capacidad de negociación.
Los recortes y el aumento de la precarización suelen ser mayores para los y las trabajadoras en situaciones más vulnerables o con menos capacidad de negociación
Siendo esto así, ¿por qué el aumento de la desigualdad no se traduce siempre en un incremento de la conflictividad social? ¿Por qué en esos contextos, muchas veces no se percibe una mayor demanda de políticas sociales? Si bien no responden estas preguntas en su totalidad, algunos estudios sociológicos evidencian que la percepción subjetiva de la realidad social no siempre encaja con nuestra posición objetiva, y esto puede conducir a legitimar desigualdades.
Sin ir más lejos, un primer ejemplo de sesgo en la forma de auto-percibirnos es la tendencia al optimismo observada en algunas encuestas. Por ejemplo, si tenemos en cuenta diferentes Sociometros Vascos realizados desde 1995 hasta hoy, vemos que sea cual sea la coyuntura, sea cual sea la percepción social sobre el momento actual, existe un patrón sobre esas percepciones: la valoración que cada cual hace sobre su propia situación, es mejor que la que se realiza sobre la comunidad. Esto es, a uno o una “siempre le van las cosas” mejor que a “Euskadi”. Además de ello, prácticamente siempre la proyección que se hace a un año vista sobre la situación tanto personal como para la Comunidad Autónoma es mejor, más optimista, que la que se tiene sobre el momento actual. Con estos mimbres siempre será más difícil que surja esa conflictividad.
Vistos esos datos, además de cierto optimismo, parece que la posición en la que cada cual se auto-percibe a menudo no coincide con el estatus objetivo que ocupa. ¿Puede ser que la posición media en la que se adscribe cada una de nosotras esté sistemáticamente por encima de la que consideramos que está la sociedad? Pues eso mismo, el sesgo de esas autopercepciones es lo que demostraron en un estudio experimental Alexander Kuo y José Fernández-Albertos en 20181. En dicho estudio preguntaban a las personas encuestadas a qué grupo de ingresos creían ellas pertenecer. El resultado fue que las “creencias” se concentraban sobre todo en los grupos de ingresos medios. Muchos individuos que pertenecen a grupos de bajos ingresos creían pertenecer a los grupos de ingresos medios. Y otro tanto ocurría con las personas de ingresos altos, pero al revés. Muchos individuos de los grupos de ingresos altos también creían pertenecer a los grupos de ingresos medios. Todos, ricos y pobres, se creían más “clase media” de lo que en realidad eran.
Pero además demostraron que esas percepciones tenían consecuencias en las demandas de los encuestados, en este caso en cuanto a la progresividad fiscal. A una parte de las personas encuestadas se les informó de su posición social real en la escala de ingresos. Pues bien, de las personas que habían sido informadas de su posición los individuos de rentas medias y altas no variaban significativamente sus preferencias por la redistribución al ser informados de la posición real que ocupaban. Pero los grupos de renta más baja sí lo hacían, y de forma significativa. Las personas de ingresos más bajos que son informadas de su posición en la distribución de la renta demandaban más progresividad en los impuestos que esos mismos individuos cuando no son informados. Por lo tanto, según este estudio la información hace a los pobres demandar más redistribución.
La valoración que cada cual hace sobre su propia situación, es mejor que la que se realiza sobre la comunidad
El vínculo entre el estatus social y la percepción de la desigualdad social ha sido ampliamente estudiado y discutido por diversos autores, llegando a veces a posiciones contradictorias2. Sin poder decir con certeza si a mayor educación y mayores ingresos las personas perciben mayor desigualdad, y consecuentemente aumentan las reivindicaciones, el vínculo entre estos tres elementos parece evidente, así como la necesidad de tener en cuenta la dimensión tanto subjetiva como objetiva de la experiencia para entenderlo. Así, se hace necesario estudiar la realidad subjetiva, es decir, el modo como percibimos la realidad social de acuerdo a nuestras experiencias y contexto vital, así como, la realidad objetiva, el mundo subyacente: la distribución de recursos y de poder, las instituciones y la cultura en la que se desarrolla la experiencia individual y colectiva.
Y la realidad objetiva nos muestra que los factores económicos, culturales y educativos inciden en una distribución y consumo desigual de la información política y económica por todas las clases y estratos sociales. Algunos sectores muestran más interés por la política y la economía que otros. Y no todas las personas tienen las mismas facilidades para acceder a esa información. En definitiva, la falta de capital social y de oportunidades y la desigualdad extrema se vinculan directamente con la existencia de zonas de exclusión y desconexión política y social.
Pero además demostraron que esas percepciones tenían consecuencias en las demandas de los encuestados, en este caso en cuanto a la progresividad fiscal
Volviendo al informe de Ikusmiran, nos ubicamos ante un escenario de empeoramiento de las condiciones de vida de las trabajadoras: dualización, brecha salarial, precarización, desregularización… ¿serán condición suficiente para que esos sectores “se conciencien” o “nos concienciemos” de nuestra posición y demandemos otro tipo de políticas económicas y sociales? Aunque muchas veces se dé por hecho, es condición necesaria generar dinámicas que contribuyan a darnos cuenta de la posición social que realmente ocupamos. Quizás, este sea uno de los pasos no suficientes pero si necesarios para que los y las trabajadoras en situaciones más vulnerables o con menos capacidad de negociación activen o aumenten sus reivindicaciones sociales.
Notas
1 Income Perception, Information, and Progressive Taxation: Evidence from a Survey Experiment. Political Science Research and Methods , Volume 6 , Supplement 1 , January 2018 , pp. 83 - 110 | Volver
2 Ver, por ejemplo, el debate teórico y metodológico recogido en Iturra, J. C., Castillo, J. C., Rufs, C., & Maldonado, L. (2022, January 15). Percepción de desigualdad económica y su influencia sobre la justificación de las diferencias de ingreso legítimas. https://doi.org/10.31235/osf.io/strfc | Volver