Dario Salvetti
«La llave del cambio está en la transformación de la producción y para ello es necesaria la convergencia entre el movimiento obrero y el movimiento ecologista»
En esta entrevista buscamos extraer algunas claves estratégicas de la experiencia de lucha llevada a cabo por los trabajadores y trabajadoras de la empresa GKN (Florencia) en favor de la reconversión industrial desde abajo, más allá de cómo termine el proceso abierto durante las últimas semanas, en las cuales se ha presentado un segundo plan industrial y planteado un ultimátum al Gobierno de la Región Toscana.
El primer aspecto novedoso de esta lucha ha sido responder a la amenaza de despidos y deslocalización vinculando el futuro de la empresa a la necesaria transición ecosocial.
La vía más directa para llenar ese vacío podría ser la nacionalización de la fábrica bajo control obrero. Pero sabemos que hoy en día no existe un interés político por ello, y tampoco tenemos la correlación de fuerzas necesaria en la sociedad para reclamar esa opción. Así que cuando la fábrica se queda resistiendo aislada, es la propia fábrica la que debe tener un plan para llenar ese vacío.
Nosotros y nosotras utilizamos dos herramientas para intentar llenar ese vacío. Por un lado, utilizamos de manera creativa los instrumentos jurídicos que ya existen, que claramente no son los que nosotros y nosotras preferiríamos, pero son los que están disponibles, como, por ejemplo, la constitución de una cooperativa obrera para reclamar la producción bajo control obrero.
Y, por otro lado, había que rellenar ese vacío con una propuesta de producción nueva. Es en ese momento cuando nos damos cuenta de que, si esa producción nueva quiere tener un soporte social, si quiere vincularse con movimientos sociales, debe ser ecológicamente avanzada. Así que comenzamos a contrarrestar el vacío que el capital había creado en la fábrica y, al final, terminamos convergiendo con el movimiento climático.
Esa no fue una elección meramente ideológica (aunque no hay nada de malo en ello), sino que fue la respuesta a una necesidad material: la de encontrar una manera de llenar ese vacío producido por el capital.
Una lección extraída de ese proceso de lucha ha sido que es posible trabajar de forma unitaria entre los movimientos laborales y los ecologistas. ¿Cómo fue ese proceso de convergencia entre los movimientos?
Ese proceso de convergencia fue el resultado de dos reflexiones. Por un lado, la reflexión del movimiento obrero. Nos dimos cuenta de que no era posible decir al mundo "manos fuera de GKN", porque ese era un eslogan muy egoísta. Si llamas a la sociedad a defender tu puesto de trabajo, es necesario que la sociedad esté convencida de que ese trabajo es funcional para ella misma.
Así que en septiembre de 2021 fuimos al Climate Camp que se celebró en Milán, a hablar con el movimiento ecologista y a plantearles que nosotros y nosotras estamos defendiendo nuestro puesto de trabajo no porque defendamos la producción en sí misma, sino porque el trabajo es un hecho social, vinculado a unos derechos sociales. Pero nunca nadie nos había preguntado qué queríamos producir. Si podemos elegir, vamos a trabajar por la reconversión ecológica.
Por otro lado, el movimiento ecologista, después de la gran ola de manifestaciones de 2019-2020, era bastante consciente de estar en una transición, de estar en una crisis, porque no se podía seguir haciendo simplemente manifestaciones donde se pedía a los grandes poderes que cambien las cosas, cuando está claro que ellos no quieren ni saben cómo hacerlo. La llave del cambio está en la transformación de la producción, y para poder influir en la producción es necesaria la convergencia entre la conciencia obrera y el movimiento ecologista.
Cuando derrotamos los despidos, la multinacional no devolvió la producción, así que nos quedamos en la fábrica sin producir, sin hacer nada. En ese limbo, comenzamos a elaborar nuestro plan industrial y ese primer encuentro en la lucha con el movimiento climático se transformó en una convergencia de proyectos. Así comenzamos a discutir juntos cómo se podía volver a producir en la fábrica.
No ha sido un proceso fácil, porque el proceso de auto-recuperación de la producción por parte de los propios obreros, que se basa en la democracia obrera, en la asamblea obrera, también está basado en el conocimiento técnico de los obreros. La conversión ecológica de la fábrica dificultaba esa democracia obrera, porque estábamos hablando de un tipo de producción que no conocíamos. Nosotros sabíamos hacer semiejes, que era lo que producíamos antes. No sabíamos prácticamente nada sobre la producción de placas fotovoltaicas, así que eso limitaba nuestra autonomía asamblearia.
Para superar esa limitación, nos vimos obligados a contar con el apoyo y la ayuda de una red solidaria de expertos universitarios. Por suerte, ellos se sumaron a esa lucha porque veían allí una oportunidad de trabajar en favor de la transición ecológica en la práctica. Y lo hicieron de manera totalmente militante y voluntaria.
En la misma lógica, reivindicáis haber trabajado permanentemente vinculados al propio territorio y sus movimientos sociales.
Nosotros nos planteamos como objetivo ir hacia una fábrica socialmente integrada. Esa es una manera creativa de indicar que estamos hablando de una fábrica pública, pero no una fábrica pública vertical, sino una fábrica que esté socialmente integrada. Integrada, por un lado, mediante vínculos de solidaridad con el territorio. Lo que nosotros decimos es que el territorio ha defendido la fábrica y la fábrica ha defendido al territorio. Están vinculados. Hubo miles de personas del territorio que se movilizaron para defender la fábrica. Y está claro que no tiene sentido movilizarse por una fábrica si no consideras esa fábrica como un bien común del territorio.
Si cada uno entiende su puesto de trabajo como algo individual, no tiene sentido movilizarse por una simple fábrica. Por eso, al decir que la fábrica lucha también en defensa del territorio, estamos defendiendo esos puestos de trabajo como un bien común. En la misma lógica, luchamos por tener producciones social y ecológicamente avanzadas en nuestro propio territorio.
En los planes industriales que habéis planteado para la transición, consideráis fundamental la implicación del sector público. ¿Por qué lo consideráis fundamental? ¿Cómo planteáis esa relación conflictiva entre el ente público y la participación obrera?
Cada producto genera una ganancia privada y otra social. Una fábrica, en sí misma, solo puede calcular la ganancia privada, sin la cual no puede sobrevivir en el mercado. La verdad es que si la producción de un panel fotovoltaico tiene una ganancia económica privada similar o incluso inferior a la producción de piezas para Ferrari o Maserati (como los que producíamos en GKN), está claro que hay una ganancia social completamente diferente. Para producir algo así, necesitas un actor público que tenga la capacidad de calcular o pensar en el interés general, de calcular la ganancia social (por ejemplo, una producción de energía limpia permite ahorrar costes en materia de salud pública, al evitar la propagación de enfermedades respiratorias… cosas que el capital privado jamás valorará). Aunque el mercado se presente como eficiente y dinámico, la realidad es que tiene un mecanismo profundamente inercial. Para que el capital privado realice una inversión en las líneas productivas como las nuestras, debes tener un producto acabado y un espacio asegurado en el mercado. Y para tener el producto, necesitas tener una línea productiva en marcha. Por lo que es un círculo cerrado del que no se puede salir. La única salida viable para una fábrica como la nuestra es la intervención de un ente público que realice una inversión en un producto que aún no existe, pero que tenga un plan social para que ese producto pueda existir.
Así que nuestro plan industrial no solo se enfrenta a los problemas derivados de los ataques del capitalista que quiere hacer una especulación inmobiliaria con la fábrica, sino que también aborda todas las problemáticas conjuntas del sistema.
Por otro lado, hay que decir que es completamente ineficaz limitarse a pedir esa intervención pública, porque eso significa pedir que ocurra algo desde arriba, cuando el Estado o el gobierno no quieren, no saben, no tienen la voluntad política, ni la competencia para dar esa transición climática. Así que la intervención pública que estamos intentando impulsar es una intervención pública desde abajo (con instrumentos como el accionariado popular), que no pretende sustituir la intervención pública desde arriba, sino simplemente demostrar que es posible hacer esa transición, y que si nosotros y nosotras somos capaces de hacerlo, el Estado podría hacerlo de una forma mucho más rápida y eficaz.
Para finalizar, ¿qué otra clave o aprendizaje consideráis fundamental?
Si uno analiza todo el proceso de lucha, puede tener la impresión de que todo ha sido consecuencia de un proceso muy bien pensado, de un plan preestablecido… Pero la verdad es que todo lo que hemos hecho (la convergencia con el movimiento ecologista, la llamada a la intervención pública, la asamblea permanente…) ha sido resultado de la lucha del día a día, una lucha en respuesta a la dinámica misma del capital. Un juego de golpes y contragolpes. Si lo analizas a posteriori, parece que nosotros hemos elegido un rumbo previamente. No es así. Esa es la lección más importante. Este proceso no se ha basado en una elección libre (por ejemplo, hacer una huelga clásica o converger con el movimiento ecologista). No es una elección, es la propia necesidad que surge de la lucha la que marca el camino. Esa es la lección principal.