El Capitán Ludd en la cuarta revolución industrial

Zorion Ortigosa Arruti

Responsable de organización de la federación de industria del sindicato LAB

 

El estreno de Capitana Marvel en 2019 supuso toda una ruptura (lucrativa e interesada) respecto a lo que había sido el machista universo Marvel en el que a las mujeres siempre se les había asignado un rol secundario y complaciente. Sorprende, además, que la película (de dudosa calidad cinematográfica, eso sí) refleje el drama que viven las personas refugiadas.

La instalación de nuevas máquinas en la industria textil supuso bajadas de salarios, el aumento de la jornada laboral y despidos, en una época en la que el sindicalismo aún no existía

Los filmes protagonizados por superheroes han arrasado en taquilla estos  últimos años,  y cada uno de ellos ha tenido una gran carga ideológica, la mayor parte de las veces reaccionaria e incluso fascistoide. Por ello, sería conveniente también recuperar del olvido a algunos de los héroes fantásticos que surgieron en el seno de las clases más desfavorecidas. Es el caso del Capitán Ludd, gran referente de la clase obrera de la Inglaterra del siglo XIX, que atemorizó a gobernantes y propietarios de talleres debido al gran número de sabotajes contra máquinas textiles que fueron reivindicados en su nombre. Pese a que el Capitán Ludd realmente nunca existió, hay quien señala que el personaje se basó en un tal Ned Ludd, que ante la amenaza de un patrón con mucha avaricia y pocos escrúpulos respondió destrozando dos telares a martillazos.

Lo cierto es que el ludismo fue un movimiento que no se oponía a la tecnología, sino a un determinado uso de la misma

Efectivamente,  el  Capitán Ludd fue el símbolo que inspiró y abanderó el ludismo,  movimiento obrero que se desarrolló en Nottingham a principios  del siglo XIX en respuesta a los cambios que se estaban imponiendo en el seno de la primera revolución industrial. La instalación de nuevas máquinas en la industria textil supuso bajadas de salarios, el aumento de la jornada laboral y despidos, en una época en la que el sindicalismo aún no existía.  

Las movilizaciones obreras que denunciaban la precarización de las condiciones de vida eran reprimidas a tiros, y el  sabotaje fue la herramienta elegida para presionar y poder negociar las condiciones laborales.  El  Capitán Ludd  contó con la simpatía de gran parte de la población. Hasta el ejército inglés tuvo que ser movilizado para reprimir las protestas y se aprobaron leyes que castigaban el maltrato a las máquinas, lo que supuso que decenas de luditas acabaran sus días en la horca o desterrados.

Si el proceso de transformación de la industria lo lideran las multinacionales -financiadas con nuestros impuestos- se multiplicarán el paro, la pobreza y la precariedad

Con el paso del tiempo el ludismo ha sido víctima de una burda manipulación. Quienes protagonizaron las protestas han sido tachados de vagos, analfabetos, antiprogresistas y bárbaros. Lo cierto es que el ludismo fue un movimiento que no se oponía a la tecnología, sino a un determinado uso de la misma: se atacaron los bienes de aquellos que redujeron salarios y aumentaron las horas de trabajo en condiciones de semiesclavitud para multiplicar sus beneficios.

Los debates a los que nos enfrentamos en Euskal Herria ante la llamada cuarta revolución industrial son semejantes a los que se enfrentaban en el siglo XIX:  La precarización digital avanza mediante las plataformas digitales y puede ser la antesala de lo que nos espera. Si el proceso de transformación de la industria lo  lideran las multinacionales -financiadas con nuestros impuestos- se multiplicarán el paro,  la pobreza y la precariedad.

El sindicalismo deberá enfrentarse a quienes pretendan robar derechos para ganar más, pero también debemos tejer alianzas para promover otros modelos de empresa más justos y exigir poder decidir en Euskal Herria el diseño de la transformación de la industria

Debemos recuperar no el martillo (salvo excepciones, claro), pero sí el espíritu crítico del Capitán Ludd: el sindicalismo deberá enfrentarse a quienes pretendan robar derechos para ganar más, pero también debemos tejer alianzas para promover otros modelos de empresa más justos y exigir poder decidir en Euskal Herria  el diseño de la transformación de la industria: que sirva para reordenar el sistema productivo y reproductivo  del fallido sistema de cuidados  actual y que responda a la situación de emergencia climática.

La tecnología, en definitiva, ha de servir para que vivamos mejor: que se reduzca el tiempo de trabajo y no el empleo. Ya es hora de que la proclama a favor de las 8 horas de jornada laboral de Robert Owen en 1817 quede obsoleta.

El Capitán Ludd en la cuarta revolución industrial
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