Una bola de nieve que va cogiendo velocidad y no frena ante nada
Irati Sienra
Responsable de comercio de Bizkaia del sindicato LAB
Una bola de nieve que va cogiendo velocidad y no frena ante nadie ni nada, eso es lo que es la transformación del comercio en tiempos de Covid.
Las decisiones adoptadas frente a la pandemia han acelerado procesos globales que ya veníamos advirtiendo en el sector comercial. Basta sentarse un rato en cualquier plaza a observar para ver el cambio que se está produciendo a toda velocidad ante nuestros ojos: pequeñas tiendas de barrio con cartel de liquidación; aperturas de cadenas y franquicias en los locales que hace tres días hacíamos compras y hace dos colgaba un cartel de “se alquila”; furgonetas de Amazon en constante movimiento; máquinas y puntos de recogida de paquetes online en rincones insospechados; riders haciendo cola en el supermercado…
Estos cambios no son de anteayer. Hace décadas que las grandes cadenas y multinacionales están sustituyendo al comercio pequeño, haciéndose con el centro de las ciudades y de cada vez más pueblos. El comercio pequeño está sobreviviendo cada vez más en los barrios, en la periferia, enfrentándose a alquileres abusivos y a un mercado en el que apenas puede competir. No sólo en cuanto a precios se refiere: la publicidad, la inmediatez y la comodidad de comprar todo en el mismo lugar, hace tiempo que están modificando nuestros hábitos de consumo, en beneficio de las grandes superficies. Los supermercados son el ejemplo más icónico.
Hace décadas que las grandes cadenas y multinacionales están sustituyendo al comercio pequeño… hace tiempo que están modificando nuestros hábitos de consumo
Este fenómeno no afecta sólo a las tiendas, sino a toda la cadena de producción. De la misma manera que las multinacionales tiene cada vez más presencia, la producción está cada vez más deslocalizada: consumimos aguacates de México durante todo el año, nuestros pantalones se cosen en Bangladesh, los productos plásticos se producen en Taiwan, los medicamentos en Alemania y nuestras máquinas vienen de China. Esta cadena global se basa en el expolio de materias primas en unos países, la explotación de mano de obra semi-esclava en otros y la comercialización (al menor coste salarial posible) aquí.
Por lo tanto, somos mano de obra (cada vez más) barata y (cada vez más) consumidoras. Esta deslocalización supone, en primer lugar, la desaparición de la producción local, tanto del la ganadería/agricultura local, como la del sector industrial. Ni que decir, de los empleos sujetos a estos sectores. A modo de ejemplo, las últimas dos décadas, hemos perdido el 80% del sector lácteo. En segundo lugar, supone también la amenaza constante de que, como aquí no generemos suficiente beneficio, la empresa siempre puede irse a otro territorio. Son paradóxicas las incoherencias que esto nos genera, ya que podemos estar en contra del modelo que conllevan las multinacionales, pero si amenazaran con irse, nos veríamos obligadas a salir a la calle para que se quedaran (o porque el tejido local creciera a ritmos increíbles), porque los miles de empleos que desaparecerían serían insostenibles.
La digitalización de la actividad comercial, es decir, la incorporación de aplicaciones electrónicas, plataformas, máquinas, etc., ha abierto nuevos horizontes, retos y riesgos. Este proceso, como ya hemos dicho, se está implementando a gran velocidad y con grandes impactos. Aunque las máquinas de auto-cobro sustituyendo al personal de cajas ha sido durante un tiempo el exponente de la digitalización, la venta online está siendo realmente la que está revolucionando el sector.
La venta online permite a las empresas exponer más productos de los que pueden tener disponibles en tienda, realizar ofertas importantes y acceder a clientes en cualquier lugar. De hecho, la venta online, podría se una manera de dar a conocer e impulsar pequeños comercios, productores, talleres artesanos… si dispusieran de plataformas y recursos para ello. Existen diversas experiencias de artesanos que se han agrupado para hacerlo posible o de asociaciones de comerciantes que con ayuda de su municipio o administración local han dado pasos en este sentido.
En cambio, la venta online ha profundizado la brecha entre el pequeño y mediano comercio y las grandes cadenas. No sólo porque las pequeñas no tienen los recursos para hacer uso de él, sino porque no pueden competir con las ofertas que realizan las grandes, no tienen los centros logísticos necesarios… En muchos casos, simplemente porque no es el modelo de comercio que quieren impulsar.
la venta online ha profundizado la brecha entre el pequeño y mediano comercio y las grandes cadenas
Al fin y al cabo, el modelo de consumo que se está imponiendo se va a llevar por delante tanto tiendas como sectores, al menos tal y como los conocemos. Es evidente el caso del comercio de piel y calzado, por ejemplo, en el que las tiendas no pueden competir con los precios que se ofertan en Internet por el mismo calzado. No hablamos sólo de tiendas de barrio de toda la vida: hay muchas cadenas que no están aguantando el tirón y no paran de cerrar tiendas. Las multinacionales han apostado fuerte por el online, y están cerrando tiendas. Forum Sport o las cadenas de Inditex son ejemplo de esto.
La pandemia no ha hecho más que acelerar este proceso. Durante los meses de confinamiento, las ventas online aumentaron un 67%, y no hacen más que crecer. Según Inditex, el primer trimestre del 2020, con el 88% de las tiendas cerradas, la caída de las ventas sólo fue de un 44%. Las ventas online crecieron un 95% en abril. Estos meses han sido cruciales, ya que consumidores/as que hasta ahora no estaban familiarizados con este sistema de compra, han aprendido a usarlo y se han familiarizado con él.
En consecuencia, están proliferando plataformas de venta más o menos especializadas y gigantes de la distribución como Amazón. Plataformas en las que la velocidad y el bajo coste son la clave del éxito, por lo que llevan la precariedad en su ADN.
La digitalización es algo inevitable, que viene de la mano de las posibilidades que brindan las nuevas tecnologías. Pero como todo desarrollo tecnológico, sus beneficios y perjuicios dependen del uso que se haga de ellos, de los intereses a los que sirvan. Las nuevas tecnologías, las máquinas, bien podrían facilitar el trabajo, aligerar las cargas, mejorar el funcionamiento… Pero, en vez de eso, se están utilizando casi en exclusividad, por un lado, para amortizar puestos de trabajo, y por otro, para incentivar el consumo rápido. Más consumo, más inmediatez.
Las nuevas tecnologías…se están utilizando casi en exclusividad, por un lado, para amortizar puestos de trabajo, y por otro, para incentivar el consumo rápido
Por si fuera propio, este proceso se está dando sin ningún tipo de negociación o participación de los y las trabajadoras. En general, es el resultado de decisiones que se adoptan muy lejos de aquí, en nuestro perjuicio. Las funciones y el funcionamiento de las tiendas se está modificando poco a poco, sin ningún periodo de consultas y sin negociación.
Los Convenios Colectivos en vigor no contemplan la venta online ni en las funciones, ni en las categorías profesionales ni en el régimen de remuneración. En cambio, el trabajo de las tiendas de las grandes cadenas cada vez tiene una mayor carga de trabajo relacionado con este sistema: preparación y devolución de paquetes, trabajo de almacenaje… Pero, además de este trabajo directamente relacionado con el online, está la carga de trabajo indirecta que repercute en los ingresos online de la empresa: atender a la clientela en tienda o recoger los probadores de la gente que acude a las tiendas físicas a probarse el producto, para adquirirlo después más barato en su casa. La mayor parte de las plantillas no percibe ningún tipo de comisión por los beneficios online de sus empresas. Es más, pierden la comisión que hubieran recibido en tienda.
Todo esto está teniendo un impacto brutal tanto en amortización de puestos de trabajo como modificación de las condiciones laborales. La crisis a consecuencia de la pandemia y la transformación del sector combinados, están generando muchísima destrucción de empleo.
Por un lado, se augura un futuro difícil en el pequeño comercio, en el que entre los cierres y las imposibilidad de afrontar los costes, se están dando muchísimos despidos. Gran parte del sector sigue en ERTE, tanto de suspensión como de reducción, y estamos identificando muchísimas modificaciones sustanciales de las condiciones de trabajo, mediante los cuales las empresas pretenden reducir las jornadas de la plantilla, para así abaratar costes. En muchos casos, no podemos obviar que esta precarización de las trabajadoras lleva aparejada la precariedad de los y las autónomas, que deberán trabajar las horas que reducen. La espada de Damocles del fin de las prórrogas de los ERTEs pende sobre trabajadores y trabajadoras a los que ya les han comunicado que es poco probable que mantenga su empleo.
Por otro lado, nos encontramos con los despidos de las grandes cadenas: puestos de trabajo amortizados para suplir unas ganancias no tan grandes como las habituales o a causa de un cambio en la estrategia comercial (debido a la digitalización, como ya hemos visto). A esto debemos añadir la falta de creación de empleo que se suele dar en campañas de gran venta: estas empresas suelen aumentar el volumen de la plantilla por estas fechas para poder hacer frente a la carga de trabajo que se genera. En cambio, para paliar los “gastos” o “falta de ganancias”, han decidido prescindir de estas contrataciones. Ellos abaratan gastos, y las plantillas no dan abasto.
Mientras unos intentan subsistir, los otros aumentan y aumentan su ganancias
Mientras unos intentan subsistir, los otros aumentan y aumentan su ganancias. Esta brecha entre el comercio pequeño y las multinacionales aumenta cada vez más el riesgo de que haya trabajadores/as de primera y segunda, dependiendo del tipo de la empresa en que trabajan. Las trabajadoras de comercio pequeño ven cómo se reducen sus jornadas o les escatiman pluses. El tamaño de las plantillas les impide tener representación sindical, y la cercanía de las relaciones complica la reivindicación de derechos. Hay quien, al reclamar lo que le corresponde por Convenio, ha oído perlas como “¡Qué te crees, que yo no soy Amancio!”.
Pero, como modelo, tenemos claro que hay que defender e impulsar el comercio pequeño. Porque es el que apuesta por la producción local, el que se compromete (más o menos) con el territorio, porque es el que llena de vida y actividad los barrios.
Esto nos obliga a interpelar directamente a las instituciones, para que intercedan a favor del consumo local, para que defiendan con sus presupuesto y políticas el comercio pequeño y mediano. Pero que impulse medidas que estén condicionadas por el mantenimiento y la creación de empleo.
Nos obliga también a intentar anticipar cómo puede la digitalización afectar a los centros de trabajo y realizar propuestas en este sentido en las mesas de negociación.
Estamos ante cambios muy profundos que se irán desarrollando, por tanto, ¡debemos estar atentas y preparadas para hacer propuestas donde toque, responder cuando corresponda y salir a reivindicar donde haga falta!