Juanjo Álvarez
La apuesta por una transformación ecosocial del trabajo
Juanjo Álvarez Militante de anticapitalistas
El caso de Nissan Zona Franca1
A mediados del año 2020, en plena crisis del COVID y con millones de trabajadoras en ERTE, Nissan anunció el cierre de la planta de Barcelona, situada en el área industrial de Zona Franca. Se trata de una fábrica histórica, que ha pertenecido a varias compañías y que llevaba más de cuatro décadas bajo la marca japonesa. Quedaban en ese momento unos 2.500 puestos de trabajo activos, tras la política de despidos y no renovaciones que la empresa había puesto en marcha años antes, particularmente a partir de 2017.
En este punto hay que tener en cuenta un factor de fondo que no sólo afecta a la planta de Nissan, sino a toda la automoción y en general a lo que conocemos genéricamente como industria pesada: la crisis ecológica ha empezado a mostrarse y eso pone en riesgo este tipo de actividades económicas. Aunque las advertencias sobre el deterioro de las condiciones ambientales llevan décadas en el entorno ecologista, aunque la lógica del capital es claramente incompatible con un control del impacto en en medio, lo cierto es que sólo en los últimos años han empezado a aparecer los elementos más directos, de forma especialmente visible en las ciudades. Las restricciones al uso de vehículos son cada vez mayores y nadie duda de que lo serán de forma permanente, lo que pone en cuestión el hábito de desplazarse en vehículo privado. Un segundo elemento que condiciona la situación de la automoción es la relación histórica que ha tenido el ecologismo con este sector de industria pesada, fuertemente contaminante, y a la inversa, la relación de los sindicatos con las propuesta de transición ecológica. Lo que para unos era una vía única hacia el cierre era, para los otros, un suicidio laboral y por lo tanto sindical, en una relación cargada de equívocos e incomprensiones que viciaban cualquier diálogo. Sin embargo, con todas las dificultades, cuando en mayo de 2020 se anuncia el cierre, una sección sindical de Nissan contacta con varias organizaciones que han mostrado preocupaciones ecologistas y radicalidad política para llevarlas a cabo, y lo hacen bajo la premisa de que la única vía para la continuidad de sus empleos es la reconversión en clave ecológica.
Es una propuesta que viene lastrada por grandes problemas. En primer lugar, la dificultad evidente del tiempo, porque la voluntad del sindicato es elaborar una alternativa ecosocial para la continuidad de la planta, pero el cierre está anunciado para unos meses más tarde y eso limita la capacidad de elaboración. Pero, más allá de esta dificultad coyuntural, hay un impedimento de orden político-ideológico que supone un desafío mayor, y es que la propuesta exige una serie de planteamientos como la planificación colectiva de la producción o la socialización de los gastos e inversiones necesarias y estas medidas implican una contraposición fuerte con los elementos ideológicos propios de la sociedad neoliberal. En pocas palabras, la propuesta podía muy fácilmente aparecer como una marcianada, algo que sólo ultraizquierdistas o trasnochados podían apoyar.
La gran ventaja era sin duda su origen, puesto que la propuesta no partía del entorno ecologista sino de la propia sección sindical. De esta forma, se rompía una barrera que ha existido durante décadas en el ámbito productivo, según la cual no hay reconversión ecológica que no lleve aparejada una reducción de los puestos de trabajo. Muchas voces han tratado de defender que la relación es justo a la inversa, que es el la explotación capitalista la que depreda el valor del trabajo y la naturaleza, que acaba con la capacidad productiva y por lo tanto lastra la posibilidad de un futuro en el que el trabajo sea común y compartido, en términos de justicia social. Sin embargo, la aportación fundamental en este conflicto es que esta vez no son teóricos ecologistas quienes lo dicen, sino una sección sindical de una industria pesada que se encuentra embarcada en una lucha.
De esta forma, se abre un periodo de lucha en una coyuntura de conflicto, muy breve y localizado en el tiempo, pero que apunta en una dirección nueva y pretende romper las dinámicas más dañinas del capital, que se aprovecha de la relación de fuerzas para imponer una negociación favorable. La clave en este punto era formular, en tiempo récord, una propuesta de transformación que permitiera orientar la salida al conflicto en una dirección que permitiera tanto el mantenimiento de los puestos de trabajo como la conversión de la empresa hacia una actividad no contaminante, uniendo así los intereses de las trabajadoras y el bien común.
La propuesta se realizó2 y fue presentada en prensa con una cierta acogida; más aún, en aquellos días la patronal y el gobierno empezaron a hablar de soluciones ecológicas para el uso de la planta de Zona Franca, lo que nos hace pensar que de alguna forma habíamos tocado una clave política de peso. Sin embargo, la ventana de oportunidad se cerró rápidamente: en las siguientes semanas, la Generalitat apadrinó junto al Ministerio de Industria un proyecto que unía la propuesta de jubilaciones para parte de las trabajadoras y ofrecía despidos cualificados con 60 días por año trabajado, unido a un retraso de un año en el cierre. De esta forma, la patronal posponía el conflicto y laminaba la base social de la protesta, pero al mismo tiempo rompía la unidad sindical, al dejar fuera a todas las subcontratas que hasta entonces habían formado un frente de lucha junto con las trabajadoras directas de Nissan. El objetivo afirmado para este acuerdo era consolidar una oferta de un grupo internacional que permitiría mantener la actividad pero, para mayor agravante, la única garantía era una afirmación verbal por parte de la Generalitat, sin ningún compromiso escrito. Pese a los escandalosos límites de la propuesta oficial, los sindicatos mayoritarios la asumieron como propia y el acuerdo se firmó en agosto de 2020. Evidentemente, la propuesta nunca llegó a materializarse: la planta cerró a finales de 2021, con la fuerza laboral disgregada y recortada por las jubilaciones e indemnizaciones, y las subcontratas fueron completamente excluidas de la negociación. Es cierto también que, como señala Diego Rejón, de CGT, la negociación salvó muchos puestos de trabajo y que, dentro de Nissan, se mantuvo la unidad sindical que fue lo que permitió tanto salvar esos puestos – hoy recolocados en las nuevas empresas que, dos años después, empiezan a entrar en los solares de Nissan – como garantizar jubilaciones en muy buenas condiciones. Sin embargo, el propio Rejón explica que los acuerdos no implican una planificación de la actividad, que aún hoy no está completamente definida, y que seguimos en manos de grandes capitales que sólo se guían por el rendimiento a corto plazo. Ni los gobiernos ni mucho menos las trabajadoras tienen mecanismos para planificar la actividad económica y eso deja a las regiones periféricas del capitalismo global sin capacidad para diseñar su propio modelo productivo.
La propuesta rompía una barrera que ha existido durante décadas en el ámbito productivo, según la cual no hay reconversión ecológica que no lleve aparejada una reducción de los puestos de trabajo
Hoy pujan por las instalaciones varias empresas que podrían obtener suelo en condiciones de mercado y que, sin duda, obtendrán las ayudas que las administraciones reparten con generosidad cuando se trata de las grandes inversiones del capital. Y es que una vez que el tejido laboral ha sido desmantelado, la instalación resulta mucho más atractiva para los inversores. La lucha sindical pasó a mejor vida con la inestimable ayuda de las centrales mayoritarias, y poco queda de lo que pudo ser una propuesta de transformación. Pero sí podemos extraer algunas lecciones de interés para las siguientes luchas, ahora que la industria pesada está amenazada no sólo por la crisis climática sino también, cada vez más, por la caída de la disponibilidad energética. Daniel Mulero, que colaboró en la lucha de Nissan como militante de Anticapitalista y de CGT, recuerda que las negociaciones venían lastradas por la carencia de lucha sindical, ya que las centrales mayoritarias habían optado por una estrategia de concertación durante décadas, e insiste en que la carencia de conflictividad recorta la capacidad para lanzar debates estratégicos y hace que la actividad sindical sea roma, carente de fuerza.
Tal vez la primera lección sea justamente esa; que es imprescindible mantener el conflicto cotidiano organizado, frente a unos unos sindicatos que se dediquen a garantizar la paz social a cambio de migajas. Puede parece una afirmación evidente, pero no está de más volver a repetirla a la vista de los terribles resultados de la lucha de Nissan, en los que la posición de UGT y CCOO fue clave para blindar un cierre por arriba del conflicto. Pero no es sólo eso, si no que, como bien señala Mulero, la carencia de luchas fuertes hurta el debate de fondo y deja a las direcciones sindicales todo el poder para para actuar en nombre de la clase trabajadora. Obviamente, para el estado y para la patronal es mucho más fácil negociar con una cúpula que con un cuerpo social activo y fuerte, pero no sólo afecta a la negociación, sino a la construcción de un cuerpo social fuerte con capacidad de decidir en procesos por abajo.
Una segunda lección es que cada conflicto se juega en términos muy concretos y con elementos de coyuntura que son específicos en cada momento. De nuevo, algo evidente, pero también algo que debemos recordar, especialmente ahora que se extienden algunos discursos en torno al papel de la ciencia como fuerza que debe iluminar la transición ecológica – casi como si de una religión se tratara – o lecturas de la crisis en términos de colapso que cifran todo a una especie de apocalipsis final. Muy al contrario, cada crisis se materializa en conflictos en los que es imprescindible una estrategia correcta y una serie de movimientos tácticos para manejar la coyuntura y ser capaces de articular la fuerza de los sectores trabajadores. Y de todo esto, el elemento imprescindible, sin el cual no se puede avanzar, es justamente ese: la fuerza de las trabajadoras porque, como en todo conflicto, la relación de fuerzas es el factor definitivo.
Por último, y a modo de conclusión, tenemos que apuntar al carácter de las luchas ecosociales. Frente a la idea de que se trata de formas de lucha completamente nuevas y ajenas al viejo movimiento obrero, lo que nos enseña la lucha de Nissan Zona Franca es que el desarrollo del conflicto, aunque tenga un contenido ecológico fuerte, se juega en términos de poder, y por lo tanto de clase. No habrá una fuerza que ilumine nuestro camino hacia la sostenibilidad, guiándonos hacia una sociedad en paz con la naturaleza; la famosa provocación de Manuel Sacristán sobre la necesidad de una conversión religiosa3 no era más que eso: una provocación. La realidad es mucho más mundana y nos remite a una reformulación de la lucha de clases en la que el futuro ecosocial sea una de las líneas centrales de los sectores populares. Es evidente que aquí los sindicatos tienen que tener un papel central, superando así la dinámica ecologista de construcción de movimientos sectoriales. Y es que, aunque pueda sonar extraño, la lucha por un mundo habitable con un encaje en los ecosistemas se va a desarrollar como una forma de lucha dentro del escenario capitalista, y entonces lo determinante no es tanto tener razón, sino tener fuerza política y social. Tener razón, acertar en las decisiones que tomamos como sociedad, es un elemento imprescindible, pero sin la fuerza de la clase, no nos librará de la catástrofe ecológica y social. Diego Rejón apunta la necesidad de recuperar fuerza para evitar que la reducción de la mano de obra necesaria que se va a sufrir por las limitaciones ecológicas sea asumida sin despidos. La solución es no reducir el número de trabajadoras, sino el de horas y años trabajados, a través de la reducción de jornada y el anticipo de la edad de jubilación. En el fondo, esto es lo que se ha reclamado desde el movimiento ecosocialista desde sus inicios: reducción de jornada sin reducción de salario, y más aún, reparto del trabajo socialmente necesario dentro de un esquema de acceso garantizado a los bienes básicos. Esto abre muchas otras discusiones: sobre la renta básica universal, sobre el trabajo garantizado, etc. Pero en el camino, lo que la lucha de Nissan nos recuerda es que nada de esto podrá realizarse sin un polo obrero y popular fuerte que sea capaz de dar las batallas sindicales y también las políticas.
Oharrak
1 Juanjo Álvarez estuvo implicado en la elaboración de la propuesta de transformación ecosocial para Nissan, de la que Estanislao Cantos fue responsable en un muy alto porcentaje. Para las reflexiones que se contienen en este texto, ha sido fundamental la colaboración de Daniel Mulero y Diego Rejón, que han enviado sus reflexiones y a quienes agradezco enormemente su aportación.|Volver
2 https://www.anticapitalistas.org/informes/propuesta-para-la-socializacion-de-nissan/ .|Volver
3 Sacristán, Manuel. Seis conferencias: sobre la tradición marxista y los nuevos problemas. Barcelona: El viejo topo, 2014. P. 139. |Volver